Enrique Molina fue mucho más que un actor talentoso. Fue un alma apasionada que desbordaba emociones en cada actuación. Su presencia en la pantalla no solo nos hacía testigos de historias, nos hacía sentir parte de ellas.

A lo largo de su carrera, nos regaló personajes memorables que se quedaron en nuestras memorias y corazones. Desde sus primeros pasos en la actuación hasta sus últimas interpretaciones, Enrique demostró una dedicación y amor por su oficio que brillaba con intensidad.
Hoy, al conmemorar dos años de su partida, no podemos evitar sentir una mezcla de nostalgia y gratitud. Nostalgia por la ausencia de su talento y gratitud por haber tenido la oportunidad de vivir sus actuaciones, de reír, llorar y emocionarnos con él.

Sus distinciones, como el Premio Nacional de Televisión en 2020 y el Premio ACTUAR por la Obra de la Vida en 2018, son solo un reflejo de su grandeza como artista. Y aunque recibió reconocimiento internacional como Mejor Actor extranjero en China, su corazón siempre perteneció a Cuba y su gente.
Enrique Molina no solo actuó, él vivió cada personaje y nos invitó a hacer lo mismo. A través de su arte, nos recordó la belleza y complejidad de la vida cubana. Su legado es eterno, y su recuerdo nos inspira a seguir apreciando y celebrando el talento y la pasión en el mundo del cine y la televisión.
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